El ajedrez es un juego intenso que cautiva y atrapa. El tablero, lleno de trampas invisibles,
nos obliga permanentemente a planificar estrategias inteligentes y tácticas sorprendentes.
Comprender los secretos del juego, es dilucidar los secretos de la vida.
El libro La fiebre del ajedrez, escrito por Sebastian Raedler es una declaración de amor por dicho juego. Como todo amor, es complicado, y está lleno de contradicciones, malentendidos y decepciones. Eso lo hace agotador, y a la vez muy interesante.
Cuando tenemos sentimientos que nos causan una impresión tan fuerte, queremos entender a que nos enfrentamos.
Sebastian Raedler en su rol de autor, demuestra que es un gran jugador.
Mueve las piezas del tablero de una manera tan particular que sorprende al lector a cada instante.
Cada movimiento está seriamente estudiado, y logra transmitir, a través de su obra, la fascinación que él siente por el laberinto de patrones geométricos.
El gran acierto de su libro es la metáfora que realiza del ajedrez con el juego de la vida.
El escritor señala: “Nuestra tarea no es – no perder nunca- sino levantarnos después de cada fracaso y tener la osadía de jugar la siguiente partida“.
A continuación descubriremos, a través de “La fiebre del ajedrez“, cuáles son los misteriosos encantos que tiene este juego que ha mantenido a la mente humana bajo su hechizo a través del tiempo:
Aprendemos a jugar al ajedrez de la misma manera que aprendemos un idioma. Primero hay que entender el significado de cada uno de los signos, las reglas gramaticales que determinan el orden correcto de las piezas y las posibilidades de expresión que se derivan de ellas para, después, averiguar qué argumentos tienen más fuerza y cuales son los errores de las generaciones pasadas que debemos evitar.
La obra se divide en tres capítulos:
El ajedrez como guerra
El ajedrez es una guerra entre las piezas blancas y negras que lleva librándose más de un milenio. En todos estos años los dos ejércitos han aniquilado a legiones de peones, alfiles y torres, asesinando repetidas veces a los reyes del otro, para acabar volviendo a la misma formación inicial. ¿De qué va entonces esta guerra?
No se trata de ideología, porque ninguno de los dos ejércitos posee una. Tampoco es la perspectiva de un suculento botín lo que impulsa a los contendientes, pues no hay nada de valor que ganar en el tablero de ajedrez. Ni hay un choque entre culturas, pues ambos bandos son completamente iguales en sus costumbres.
En la partida de ajedrez las piezas no quieren paz; para ellas, la guerra no es una cruel interrupción de la vida, sino la vida misma. La guerra entre las piezas blancas y negras no tiene un propósito más elevado que la simple alegría que produce batallar.
Se trata de una sublimación en el sentido psicoanalítico del término: el impulso agresivo – la alegría de medir la propia fuerza – se descarga a través de la actividad simbólica y, por tanto, se satisface y se desactiva de forma simultánea.
En la partida de ajedrez experimentamos la intensidad de la lucha mientras nos sentamos pacíficamente frente a nuestro oponente.
La emoción y la mayor concentración provocadas por el juego crean los que los científicos cognitivos denominan “Flow” (fluidez). El psicólogo Daniel Kahneman lo describe como un estado de concentración sin esfuerzo tan profundo que la persona que lo experimenta pierde la noción del tiempo y se olvida de todo pensamiento sobre sí misma y sus propios problemas.
Resistir la presión
Al principio de una partida de ajedrez planteamos nuestra estrategia. Vemos huecos en la defensa de nuestro adversario, casillas desprotegidas en las que podemos colocar nuestras piezas, diagonales libres que podemos utilizar para nuestros ataques. Sin embargo, luego de cometer un error, perdemos una pieza y, de repente, somos materialmente inferiores. Si a partir de ahora nuestro adversario juega en forma correcta, la derrota es inevitable.
Cuando nuestra estrategia se viene abajo al entrar en contacto con la realidad, no podemos sino sentir rabia e impotencia. Perdemos el control del juego y respondemos con poco entusiasmo a los golpes de nuestro adversario. La tentación de rendirse se vuelve irresistible. Este tipo de derrumbe psicológico bajo la presión de un adversario superior se denomina “cracking”.
El jugador que se derrumba de esta manera pierde la concentración y su confianza en la victoria. Si al principio sus movimientos eran precisos e intencionados, ahora se vuelven desordenados e incoherentes. Ganar a un rival que se encuentra en ese estado es fácil.
El ajedrez como reto intelectual
Una realidad ampliada
La anticipación es un arte importante en el ajedrez. Debemos asegurarnos de anticipar correctamente las jugadas de nuestro adversario y no dejarnos sorprender por ellas. A menudo sucede que un jugador débil planea un ataque brillante sin darse cuenta que el mismo está a punto de ser jaqueado. Le sería fácil evitar la amenaza si se diera cuenta. Pero no lo hace. Está demasiado emocionado con su propio ataque como para pensar en el peligro que corre.
Esta circunstancia pone en evidencia una de las diferencias mas importantes entre los ajedrecistas fuertes y los débiles: el jugador fuerte tiene un ojo mas claro para la realidad. Ambos miran el mismo tablero, pero el jugador fuerte ve en él una realidad más compleja. Proyecta sobre las piezas físicas sus conexiones, sus posibles movimientos y combinaciones, así como las amenazas y nuevas posibilidades derivadas de aquellos. Vive de una realidad expandida que resulta invisible para su adversario.
El jugador más débil no es menos inteligente que su adversario. Su inferioridad no es física ni intelectual, sino visual. Simplemente ve menos. La ceguera es un problema crucial en el ajedrez. La historia de cada partida es la historia de las cosas que no vimos a tiempo.
El ajedrez como arte
Armonía, sorpresa, emoción
El arte es algo que nos atrae, nos estimula y nos emociona. Nos saca de nuestra existencia cotidiana y nos lleva a un estado de mayor emoción y curiosidad. Al mismo tiempo hace la vida más interesante, más valiosa, más emocionante, y nosotros mismos estamos más despiertos y vivos.
El arte llena el mundo de sentido y nosotros respondemos a él. Nos cautiva, nos encanta y nos fascina.
De los medios que utiliza para lograr su efecto emocional, tres nos interesa especialmente:
Armonía, sorpresa y emoción.
Armonía
Las piezas individuales desarrollan su pleno potencial solo cuando las coordinamos con las demás partes de nuestro ejercito en un conjunto armonioso. Si existe armonía entre las piezas, no solo aumentará su poder de penetración, sino que también nos dará una sensación de belleza. Es la misma belleza que distingue un mecanismo de relojería perfecto, un comentario acertado o un poema conocido.
Sorpresa
Lo que nos sorprende nos atrapa. El poder de la sorpresa en el ajedrez esta directamente relacionado con su complejidad y con nuestra incapacidad para penetrar completamente en ella desde un punto de vista cognitivo. Por eso, cuando jugamos, nos enfrentamos constantemente a jugadas que parecen paradójicas y nos sorprenden.
Emoción
Hay mucha emoción en el ajedrez. Cada partida es un drama intenso, la historia de la muerte de un rey: su orgullo inicial, el peligro repentino, los esfuerzos cada vez mas desesperados de sus partidarios para salvarlo y, luego, sus movimientos finales, que reflejan la aceptación de lo inevitable. Es un gran espectáculo, siempre igual y, sin embargo, siempre nuevo. Es como un “Juego de Tronos” que puedes jugar tú mismo.
El ajedrez como conversación
Jugar al ajedrez es una conversación: al jugar unos contra otros, los jugadores se comunican entre sí.
Ambos jugadores se esfuerzan por aportar las ideas mas originales y atractivas de la conversación.
A diferencia de una conversación tradicional, la partida de ajedrez se desarrolla en completo silencio. Para algunos, este es precisamente el atractivo del juego.
En su conversación silenciosa, los dos ajedrecistas se plantean mutuamente rompecabezas y problemas que deben resolver y superar. Respetamos a un adversario que nos plantea retos difíciles, y necesitamos un oponente fuerte para jugar nuestro mejor ajedrez.
Cuanto más solapadas y astutas sean las trampas que nos tienda, más interesante será no solo el juego, sino también los progresos que hagamos como ajedrecistas.
Cada movimiento de nuestro oponente contiene un mensaje que debe ser descifrado. Tenemos que entender cuáles son sus planes y que riesgos y oportunidades representan para nosotros. Debemos ver el mundo desde su perspectiva para contrarrestar con éxito sus ideas.
Por qué jugamos ajedrez
El ajedrez es una metáfora de nuestras vidas, no solo porque es una lucha constante o porque siempre esta inventando nuevas historias compuestas por las mismas jugadas, sino sobre todo porque nos obliga a profundizar en la realidad, y a guiar nuestras propias acciones a partir de esta percepción. El mejor ajedrecista – el que más partidas gana y el que más aprecia el juego – es el que mejor capta esta realidad. Su perspicacia superior le permite realizar jugadas ganadoras que siguen siendo incomprensibles para su adversario hasta el final. Vive en una realidad más rica, más brillante y más completa.
Libro:
La Fiebre del Ajedrez. Descubre el poder de seducción de un juego milenario. (Editorial Amat)
Autor:
Sebastian Raedler Estudió Filosofía y Política en Cambridge y Harvard. Se doctoró en filosofía moral de Kant en la Universidad de Colonia.